Autor: Dr. Luis Antonio Lucio López
Gabriela Rodríguez Villalpando, de 17 años de edad, estaba a punto de salir por la puerta del salón de clases y dirigirse a su casa.
No pudo hacerlo, Julián Fernando, uno de sus compañeros accionó una pistola escuadra que traía en la mochila y una bala calibre nueve milímetros destrozó el dedo índice de la chica, le atravesó una de sus piernas y le hirió la otra.
Gabriela aún no pude ir a su casa, pues está internada en una clínica privada de Mexicali, Baja California, donde convalece de las heridas que le causó su compañero.
Los hechos ocurrieron el martes 11 de noviembre en el Colegio de Bachilleres de Mexicali, cerca de la una de la tarde cuando los alumnos se disponían a salir.
Gabriela no ha degustado ni degustará los alimentos que su madre había preparado ese día, pues ella fue trasladada en un ambulancia a recibir el auxilio médico.
Este caso pudiera estar lejano a nosotros, pero no es así. La introducción de armas a las escuelas es frecuente y a pesar de que hay operativos que pretenden alejar las armas de los planteles educativos, éstos jamás tendrán resultados si la planta docente no cuenta con el apoyo de los padres de familia, y si el sistema educativo no inicia una campaña para educar a los alumnos sobre el peligro que encierra el portar cualquier tipo de arma.
Los estudios que he realizado, demuestran científicamente que 4 de cada 100 alumnos han visto o saben por sus compañeros que algunos de los estudiantes meten pistolas a las escuelas preparatorias.
En el sistema oficial de educación básica, es decir del jardín de niños a la secundaria, las autoridades educativas llevan a cabo la llamada “Operación Mochila” con el consentimiento de los padres de familia.
Pero en las escuelas preparatorias y facultades, no hay un programa que por lo menos haga al alumno reflexionar que en cualquier momento puede ser sorprendido introduciendo armas. Aquí las acciones contra la introducción de armas se centran en la lectura en los cursos propedéuticos a alumnos de recién ingreso, del reglamento universitario donde se establecen sanciones a todo aquel que meta armas a los centros educativos.
Peor aún es que en las escuelas privadas no se lleve a cabo este tipo de operativos, cuando los estudios sobre violencia escolar, demuestran que la violencia es mayor en las aulas de este tipo de instituciones educativas.
La escuela debe fomentar la denuncia de los alumnos que meten armas a las escuelas, garantizando el anonimato y la seguridad de los alumnos que den el alerta.
“En mi salón”, me dijo una alumna de preparatoria, “hay un muchacho que mete una pistola. Vivimos aterrorizadas”.
Cuando le pedí que me diera el nombre o denunciara el caso a la dirección no pudo ocultar su miedo.
“No porqué si se entera me mata”, expresó.
En una escuela preparatoria a un alumno se le cayó una pistola que traía oculta en sus ropas. Al chocar con el piso el arma se accionó y la bala fue a pegar al techo.
“Y ¿qué hicieron? Pregunté al maestro que me narró el suceso”.
“Pues le echamos tierra al asunto para que nadie se enterara, pues imagínese si eso sale en los medios”, respondió.
Esa es la mentalidad que prevalece en las escuelas. Ocultar el hecho de que hay introducción de armas, mirar a otro lado, y pasar de aquello, pues es muy doloroso reconocer que hay violencia en nuestras escuelas, pero más doloroso es, reconocer que no sabemos que hacer ante este fenómeno.
Un maestro de preparatoria corrió tras un estudiante que traía una pistola, según el dicho de un alumno que lo vio con en los baños.
Después detuvo su marcha cuando lo agobió la incertidumbre.
“Y si al alcanzarlo saca la pistola y me dispara”, dijo. “Preferí no darle alcance. Estaba en riesgo mi vida”.
Los padres de familia del Colegio de Bachilleres de Mexicali denunciaron al director Norberto Corella Torres ante los medios de comunicación.
“Es cierto que nunca se sabe cuando ocurrirá un caso de estos”, dijo una madre de familia, “pero por lo menos deben tener un plan de contingencia”.
Y la señora tenía razón.
Las escuelas no saben que hacer en caso como estos. Algunos planteles tienen por ahí un listado de teléfonos de la policía y los cuerpos de socorro, pero otras ni eso.
Los resultados de mis estudios reflejan que son cada vez más, los padres que aceptan que sus hijos lleven armas a sus escuelas para que las utilicen para su defensa personal.
Esto porque temen que sean víctimas de secuestros o de robos, que cada día van en aumento afuera de los planteles.
Hay robos en las afueras de las escuelas y muchos, pero con ellos ocurre lo mismo. Los directivos hacen como que no existen para no generar alarma en la población estudiantil, en lugar de convocar a padres de familia y vecinos para hacer un frente común contra estos hurtos.
Hace unos días el estudiante Axel Everardo Hernández López, fue atropellado y muerto cuando huía de otro joven que lo seguía para robarlo.
La rapiña del ladrón fue tal, que lo despojó de sus pertenencias a pesar de saber que había muerto a raíz de su persecución.
Por otro lado, sólo 1 de cada 10 padres de familia revisan las mochilas de sus hijos, 3 de cada 10 nunca lo hacen, y los otros seis lo hacen ocasionalmente.
Luchar para que ni una gota se sangre corra en nuestras escuela es responsabilidad de todos.